«¿Cómo es posible que no haya mínimos para todos y que la riqueza esté tan mal repartida? Somos personas, no objetos sexuales. Tenemos derechos». (mujer atendida por la Red Oblata)
Como afirma Beatrice Gimeno, la prostitución tiene que ver con todo: «con la ética y la moral en la medida en que se conecta con las relaciones humanas; con la sexualidad y con las diferentes concepciones sobre el sexo; con la construcción social y el deseo; con la distribución de roles sociales y sexuales y el reparto desigual de poder entre hombres y mujeres; con la renta material, pero también simbólica; con el capitalismo, la explotación laboral, la pobreza, la globalización, las desigualdades; con el mercado y la ley de la oferta y la demanda; con el consumo exacerbado y la necesidad de satisfacer de inmediato las necesidades; con el individualismo sin conexión con la comunidad» (Del Pozo, Maria Luiza, 2015).
La fragilidad causada por la vulnerabilidad social muestra que las personas que ejercen la prostitución se prostituyen por cuestiones estructurales, sean del orden de las necesidades básicas, desempleo, sustento familiar, influencia de familiares y amigos, así como de las cuestiones originariamente simbólicas, vinculadas a los códigos sociales y culturales vigentes en una sociedad patriarcal-capitalista. Como observamos, en los quince países donde la misión Oblata actúa, la prostitución ha sido una opción de ingreso, especialmente para las mujeres pobres/negras, de las periferias, inmigrantes sometidas a muchas formas de vulnerabilidad, siendo esa «opción» notablemente marcada por un sesgo de género, raza y clase social.
La industria del sexo y el modelo cultural androcéntrico patriarcal
La industria del sexo es altamente lucrativa para aquellos que explotan la actividad prostitucional (proxenetas, corredores, proxenetas[1]), teniendo muchos intereses en juego. Y, en la visión de los que tienen el poder económico, «es un negocio como cualquier otro» y como tal debe generar lucro. Siendo así, los hoteles de prostitución funcionan sin la preocupación de crear protocolos de salud, higiene y seguridad, como en un «Estado de Excepción,» en que no hay ordenamiento jurídico sino leyes y reglas propias. Aun estando al margen de la ley hay un silencio y connivencia social que permite que los establecimientos de prostitución funcionen bajo el pretexto de «mal necesario», «esencial» para atender las exigencias sexuales de un modelo cultural androcéntrico patriarcal y machista.
Por otra parte, para las mujeres, entre otras cuestiones, se trata especialmente de la supervivencia. De esta forma, hacen la vista gorda a los posibles riesgos de enfermarse, ya que tienen miedo de perder el espacio de generación de ingresos para su propio sustento.
Es importante destacar que, además de las necesidades económicas, las mujeres tienen una relación ambigua con el espacio de ejercicio de la actividad prostitucional y con las personas que allí transitan y trabajan (gerentes, seguridades, propietarios, clientes y otros). Al mismo tiempo que se sienten explotadas por las condiciones precarias del lugar, por la falta de respeto de algunos funcionarios y clientes, allí también es su «casa», ya que pasan gran parte del día o incluso viven en las habitaciones que alquilan. Casa y trabajo se mezclan en el mismo ambiente.
La estricta separación entre la vida personal y la vida laboral, el gran número de parejas con múltiples demandas sexuales genera en la persona un sentimiento de ser tratada como objeto, causando baja autoestima.
Una actividad estigmatizante
Se trata de una actividad estigmatizante en la que no hay reconocimiento social, por el contrario, hay un desprestigio y la idea fantasiosa de que a través del esfuerzo personal es posible dejar la prostitución. Se pasa por alto que en una sociedad desigual superar las dificultades para acceder a los medios de desarrollar capacidades instrumentales que permitan ampliar las oportunidades de pleno ejercicio de las libertades individuales, no depende de compromiso personal. Antes se hace necesaria la creación de políticas públicas que aseguren la posibilidad de tener educación, salud, vivienda, trabajo que garanticen el respeto y la dignidad de las personas.
En este contexto, y considerando el funcionamiento restringido y el cierre de algunos hoteles de prostitución del hipercentro de Belo Horizonte en función de la pandemia covid-19, el Proyecto Diálogos por la Libertad BH – Red Oblata Brasil, detectó la necesidad de iniciar una articulación con socios públicos y privados y con los colectivos de mujeres que se denominan profesionales del sexo, para atender a las demandas expresadas en aquel momento, por las mujeres que allí ejercen la prostitución: acogida, atenciones virtuales, pasajes para que pudieran regresar a sus lugares de origen, alimentación, orientaciones para acceder a los beneficios socioasistenciales, entre otros.
Han pasado cinco meses desde el inicio de la pandemia y se han añadido otros matices al escenario inicial. Algunas mujeres tuvieron acceso a los beneficios de emergencia ofrecidos por el Gobierno, pero alegan no ser suficiente para mantener los costos necesarios de subsistencia (alquiler, agua, luz, diversos compromisos financieros, cuidado de la familia). Otras no consiguieron acceder a estos beneficios, principalmente porque no disponían de la documentación necesaria. La necesidad de sobrevivir requirió que regresaran a sus actividades poniendo en riesgo su propia salud.
La pandemia Covid-19 ha potenciado todos los trastornos que ya observamos en el ámbito prostitucional, al ambiente de presión y estrés continuo se ha sumado sentimientos de desesperanza, frustración, soledad, incomprensión, culpa, ansiedad, insomnio, irritabilidad, miedo, inseguridad, pensamientos negativos, entre otros.
Según la Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS): «salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social y no sólo la mera ausencia de enfermedad o enfermedad» llevando a la conclusión de que la salud mental es más que la ausencia de trastornos mentales o discapacidades. En el que pese factores psicológicos, biológicos, genéticos y de personalidad específicos que pueden hacer a las personas susceptibles a la enfermedad mental consideramos el sufrimiento psíquico como un malestar social que se manifiesta en el campo psíquico personal
Salud mental y ciudadanía
La promoción de la salud mental depende en gran parte de estrategias intersectoriales que protejan los derechos básicos, políticos, socioeconómicos y culturales, ofreciendo equidad de oportunidades a todos. Presupone la garantía de derechos fundamentales que permitan el desarrollo de capacidades individuales y colectivas que permitan a la persona humana alcanzar su fin último, su bien, su felicidad, que en última instancia es la posibilidad de afirmarse como sujeto agente de su propia historia.
Para que las mujeres atendidas por nosotros puedan fortalecerse como sujetos de su propia historia buscamos escucharlas en sus necesidades y dolores para que fortalezcan su capacidad de resiliencia y resistencias ante las adversidades cotidianas.
Tratamos de promover la ética del cuidado colocándonos como seres humanos ante otro ser humano que nos pide respeto a su dignidad. A medida que creamos un ambiente de aceptación incondicional y las ayudamos a expresar sus miedos y frustraciones y el reconocimiento de sus vulnerabilidades las conectamos con sus potencialidades.
Sin embargo, consideramos que la gravedad de la situación exige que varios frentes de trabajo se articulen para ampliar el apoyo y la atención a las mujeres. Entonces, nos preguntamos: ¿cómo podemos crear una asociación para minimizar el impacto de la pandemia en la vida de las mujeres que ejercen la prostitución?
[1] Resaltamos que, de acuerdo con el Código Penal Brasileño el proxenetismo es delito, conforme determina los artículos 227 al 231-A.
Por: Rosa Maria – Hermana Oblatas
Isabel Brandão – Psicóloga de la Unidad Diálogos
Puedes leer el texto original en portugués aquí