Hoy, en el 137º aniversario de su muerte, homenajeamos a José María Benito Serra, misionero benedictino que animó a Antonia María de Oviedo a comenzar la labor apostólica con las mujeres en contextos de prostitución, y que más tarde se convertiría en la Congregación de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor.
Para ello, compartimos un fragmento del libro Recuerdos de Inmaculada Ruiz de Balugera.
“La luz, la sombra, la nube y el viento, danzaban a capricho en aquella montaña bendita. Serra, zarandeado por el torbellino que provoca el cortejo desnudo de un destierro, permanece entero y en silencio.
Setenta y seis años oteando la luz, buscando. Siempre buscando y dejándose sorprender por el Espíritu. Setenta y seis años siendo tejedor de esperanzas en la urdimbre de la relación y en la trama del encuentro, artesano paciente de la justicia, de la paz y de la profecía; creador de afecto y aliento para proteger desahucios y orfandades; diseñador de utopías, restaurador de dignidades de los sin rostro y sin nombre; discípulo y seguidor de Jesús, que arriesga suerte y vida por las realidades perdidas.
El viento, la nube, la sombra y la luz se alternan en armonía con aroma de ofrenda en aquella montaña bendita. Abajo en el mar, con la crecida de la marea, el viento le trae el susurro agradecido de las mujeres que recuperan palabra y dignidad.
En las cañadas oscuras, como el Buen Pastor, festeja con su presencia a esa gente sospechosa, ignorada y ninguneada por los poderosos; come con ella en praderas jugosas y frescas donde se sirven ágapes de fraternidad, se escancian vinos espumosos de fiesta, se comparten buenas noticias y se recitan poemas de amor. Ni sombra, ni nube, ni viento. Solo luz. Presencia gloriosa. Un mediodía de septiembre, en aquella montaña bendita los frailes del monasterio cantaban: Magíficat anima mea Dominum.
Abajo, en el mar, las mujeres de pie entonaban un canto de liberación”.