Vivimos situaciones a nivel mundial, pero también en lo cercano, que nos evidencian violencia, explotación, desigualdades, indiferencia…
En todo resuena la desesperanza y son aparentes reinados de muerte.
Celebrar la Pascua no significa negarlo ni mucho menos olvidarnos o desentendernos.
Sencillamente es aprender a adentrarnos en ellos desde otra perspectiva, la de la solidaridad que nos hermana, la de la fe en un Dios que sufre con el doliente, la del amor coherente hasta el fin…la de Jesús.
Entonces podremos identificar, ahí mismo, el impulso de un Dios que se hace gesto compasivo, compromiso generoso, resiliencia esperanzada, lucha valiente… semilla de redención, de resurrección.
Y, preñadas de ese Dios, iluminada la mirada y ardiente el corazón, construiremos espacios de confianza, caminos de posibilidad y seremos, con Él, germen de Vida.