El 9 de junio se conmemora el Día Internacional de los Archivos, con el objeto de promover su importancia vinculada a la investigación y el resguardo de la memoria histórica y cultural de una organización o entidad.
Aparentemente, el presente parece interesar mucho más que el pasado. No obstante, todos los grupos de poder vigilan el relato de la historia. Saben que quien controla el pasado, domina el presente. El debate actual se proyecta en la información falsa, en la inteligencia artificial y en la memoria histórica. Todos los días, en algún medio de comunicación, podemos seguir el hilo de alguno de estos temas que ocupan el espacio público. Las instituciones, las empresas y las organizaciones se sienten amenazadas por la entrada de virus o de profesionales que roban su información, bloquean sus sistemas informáticos de gestión o generan caos en torno a la seguridad de las redes sociales. Todo va muy rápido y el clima se enrarece. La desconfianza aumenta y muy pocos pueden garantizar el futuro a corto plazo, ni siquiera de todo lo que tenemos guardado en la “nube”. Hace unos días un coleccionista de imágenes afirmaba: “lo virtual es sinónimo de no existencia. Yo lo guardo todo en tres dimensiones: en el ordenador (móvil), en un disco duro y en papel”. La humanidad tiene una idea formada, más o menos sólida y fiable, de la historia y duración del papel y de la naturaleza de la documentación en formato físico. Parece obvio, no obstante, que la cultura del papel vive un proceso irreversible de recesión, camino de la desaparición. Los documentalistas están analizando a fondo la realidad y estudian, con cautela, que los archivos tengan la capacidad de seguir ejerciendo la labor que han venido desempeñando a lo largo de la historia de la humanidad.
Nuestras instituciones han sido pioneras y practicantes de la cultura del archivo. Precisamente por su naturaleza espiritual, por su recorrido intangible, por priorizar lo simbólico, hemos considerado la relevancia del relato y hemos aprendido a reflejar en la crónica o la imagen todo aquello que constituye lo esencial de nuestra experiencia diaria y nuestra misión. Los grandes momentos, los instantes más singulares e, inclusive, la vida sencilla y rutinaria puede quedar proyectada en un documento (ahora una newsletter, una fotografía digital, un video, una grabación), que custodiamos en el archivo de nuestra memoria, tanto interior como física en nuestras secretarias y en nuestros archivos, personales, comunitarios o en sus diferentes recorridos institucionales. La vida queda asegurada y eternizada en el documento (al margen de su formato). Lo relevante es que el formato no nos distraiga y no nos juegue una mala pasada. Al margen de todo, es importante persistir en la cultura de la documentación, catalogación, mantenimiento y disponibilidad de todo aquello que requiere ser conservado.
Archivar, aunque sea a pequeña escala personal, es un ejercicio de selección. Nos ayuda a elegir y conservar lo esencial, lo básico, en función del contenido y la utilidad. Lo importante no es el documento, sino su contenido, el relato con el que nos permite conectar el documento. El rastro que conservamos y mantenemos expresa también el alma, una parte que enriquece la espiritualidad de una realidad vivida. El documento evoca, mantiene viva la llama de la vida, nos acerca a lo sucedido, nos invita a revisitar el pasado. Nos transportará a un ayer que jamás se repetirá y nunca más se vivirá de la misma forma. Pero seguramente enriquecerá nuestro presente y nos nutrirá en aquellas dimensiones en las que la humanidad es más humana y lo espiritual se acerca más al Espíritu.
Como cada año, el Día Internacional de los Archivos tiene como objetivo ser una llamada a poner en valor los testimonios de todo lo que ha pasado. Somos pasado, el pasado vivo, el vínculo entre el pasado y el futuro. Una llamada, pues, a multiplicar las evidencias de lo contingente, de aquello que ha sucedido, que hemos experimentado en todos los sentidos. No solo de aquello que hemos hecho. Para ello es importante generar rastros que no sean telegráficos o esqueléticos, datos que expresen de forma esquemática o estadística lo que se ha hecho, pero no atestiguan lo que hemos vivido. Un buen día para revisar a fondo si es verdad que archivamos y ordenamos todo aquello que deberíamos o, como todo ocurre tan rápido y estamos tan ocupados, al final no guardamos casi nada. El 9 de junio es un día especial, para pensar en clave de futuro, no de pasado. Una jornada para fortalecer las bases del futuro que estamos construyendo.