Tras una vida como Monje Benedictino, Misionero y Obispo en Australia, y Fundador, junto a Antonia M. de la Misericordia, Fundadora de la Congregación de Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, el padre Serra fallecía el 8 de septiembre de 1886 en Benicasim (Castellón – España).
Con esta ocasión, entrevistamos a la hermana Manuela Rodríguez, de la Provincia José María Benito Serra, residente en México, quien nos aproxima a una intuición sobre la experiencia de misericordia en nuestro Fundador, valor que proyecta nuestra identidad colectiva.
¿Por qué es importante el camino de la misericordia en la vida del padre Serra?
Me parece de suma importancia en nuestra espiritualidad Oblata el eje de la Misericordia, rasgo que, desde la vivencia y experiencia de nuestros fundadores, nos ha ido dando una identidad colectiva a la congregación.
José María Benito Serra, del claustro benedictino salió para las misiones en Australia. Su corazón sensible fue tocado por la realidad de un joven indígena que había sido herido gravemente. Movido y conmovido por ella, actuó en consecuencia. Podemos intuir que Serra, de esta manera resignificó en su actuar, la parábola del samaritano que no sólo vio y se acercó, sino que dio los pasos necesarios, incluso dio de su propio dinero, con todo lo que esto conlleva.
De regreso a España, José María se aproximó al Hospital San Juan de Dios de Madrid. En estas visitas, que le exigía todo un movimiento de acercarse, ver, estar y escuchar, él recibe un llamamiento de Dios a actuar con misericordia, cuyo signo es el grito de las mujeres que tenían sus cuerpos marcados por las enfermedades de transmisión sexual y el estigma de la prostitución. Dentro de un contexto post-Revolución Industrial con toda la violencia patriarcal y el prejuicio social que esto supone, ayer como hoy
¿Cómo se hace presente la misericordia en el llamado que Dios hace al padre Serra?
José María escuchó este llamado desde la compasión, se conmueve hasta las entrañas, le duele el sufrimiento de este grupo de mujeres que se encuentran en los sótanos de ese Hospital. Desde ahí se aproxima, cambia de lugar social, escucha las confesiones de las mujeres que califica de muy sinceras y descubre en sus miradas los deseos también sinceros de comenzar un nuevo proyecto de vida, a pesar de la discriminación, de la condena social que se arroga el derecho de reconocerles “la identidad de prostitutas” vulnerando su derecho fundamental de personas, mujeres, ciudadanas e hijas de Dios.
Él va con frecuencia al Hospital pide y suplica un lugar para ellas; recurre a sus amistades e influencias, ya que su sensibilidad, su compasión lo llevaron a organizar todo a fin de dar una respuesta (acción concreta) al grito de este sector social. Pero se encuentra con una sociedad sorda ante este clamor y que le cierra las puertas. Tal vez partiendo desde una perspectiva de hacer simplemente obras de misericordia, el P. Serra había “cumplido con su conciencia”. Pero él actuó desde el “Principio Misericordia” (Jon Sobrino), haciendo un proceso de vivencia de la misericordia, hasta las últimas consecuencias. Por eso él no se queda tranquilo con ir a visitarlas y escuchar sus confesiones. Continúa discerniendo y construyendo una respuesta nueva desde el camino de misericordia.
Este camino no sólo implica conmoverse sino también indignarse ante tanto sufrimiento infringido injustamente a este grupo de mujeres. Esa indignación, transformada en creatividad, le mueve con el soplo del Espíritu, a hacer algo. “Es demasiado doloroso presenciar esto, sin determinarme a hacer algo por ellas”. Esta intuición es la que le hace dar el salto de calidad, a la concreción de la llamada de Dios. Por eso, a partir de este momento, se empeña en conseguir un espacio físico y si nadie lo ayuda, lo hará solo, porque es muy fuerte el grito de sufrimiento de este grupo de mujeres. Se compromete a abrir puertas para que les sea devuelto el lugar que les corresponde por derecho y en justicia dentro de la sociedad y de las iglesias: a abrir puertas al reconocimiento de su dignidad, identidad y valor como personas y como mujeres.
Podemos afirmar que el Fundador sigue de esta manera la práctica de Jesús de Nazaret, quien, en su tiempo, dentro del pueblo judío, devolvió sus derechos como humanos a las personas más empobrecidas y explotadas por el Imperio Romano y sobre todo, a las mujeres: Les devolvió el derecho a la libertad, a la salud, a la pureza (no pagando más tributos al templo por la impureza decretada por la ley), a la vida nueva. Parafraseando el texto de Lc. 13:13 podemos intuir que les restituyó el lugar a las mujeres encorvadas haciéndolas protagonistas en la ocupación de espacios sociales y en la toma de decisiones.
El fundador desde su permanencia en Australia, fue un gran misionero de la misericordia y continuó viviendo este compromiso junto a las mujeres en contextos de prostitución en Madrid. Hoy como familia Oblata, haciendo memoria agradecida de la Pascua del Padre Serra, somos llamados/as, a vivir y actuar como Misioneras de la Misericordia.