Este domingo, 3 de mayo, la Iglesia celebra la 57 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, a la cual nos unimos, no solo como congregación sino como Familia Oblata. Una ocasión sobre la que el papa Francisco reflexiona, a la luz del pasaje evangélico que relata la experiencia de Jesús y Pedro durante una noche de tempestad en el lago de Tiberíades.
«La imagen de esta travesía en el lago evoca de algún modo el viaje de nuestra existencia», dice el Papa, subrayando que, «en la aventura de este viaje difícil, no estamos solos». Por ello, la primera palabra con la que Francisco define la vocación es gratitud. «Nuestra realización personal y nuestros proyectos de vida no son el resultado matemático de lo que decidimos dentro de un “yo” aislado; al contrario, son ante todo la respuesta a una llamada que viene de lo alto», apunta.
Y es que, como señala Francisco, toda vocación, todo camino que se nos abre en la vida «nace de la mirada amorosa con la que el Señor vino a nuestro encuentro, quizá justo cuando nuestra barca estaba siendo sacudida en medio de la tempestad».
Un camino que, a menudo, vemos dificultado por «los fantasmas que agitan nuestro corazón» y, precisamente por ello, «el Señor sabe que una opción fundamental de vida —como la de casarse o consagrarse de manera especial a su servicio— requiere valentía». «Si dejamos que nos abrume la idea de la responsabilidad que nos espera —en la vida matrimonial, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal— o las adversidades que se presentarán, entonces apartaremos la mirada de Jesús rápidamente y, como Pedro, correremos el riesgo de hundirnos», explica.
En la vocación específica que estamos llamados a vivir, estos vientos pueden agotarnos. «Pienso en los que asumen tareas importantes en la sociedad civil, en los esposos que —no sin razón— me gusta llamar “los valientes”, y especialmente en quienes abrazan la vida consagrada y el sacerdocio», dice Francisco. Pero entonces, habiendo aceptado la vocación y «aun en medio del oleaje, nuestra vida se abre a la alabanza. Esta es la última palabra de la vocación, y quiere ser también una invitación a cultivar la actitud interior de la Bienaventurada Virgen María».
Particularmente en esta Jornada, en la que también se nos llama a la oración y la solidaridad con las vocaciones nativas, el Papa expresa su deseo de que «la Iglesia recorra este camino al servicio de las vocaciones abriendo brechas en el corazón de los fieles, para que cada uno pueda descubrir con gratitud la llamada de Dios en su vida, encontrar la valentía de decirle ‘sí’, vencer la fatiga con la fe en Cristo y, finalmente, ofrecer la propia vida como un cántico de alabanza a Dios, a los hermanos y hermanas, y al mundo entero».