Emprender una misión como la de acoger a mujeres que se encuentran en contexto de prostitución no es sencillo. Mucho menos en el siglo XIX. Para llevarlo a cabo no solo se necesitaron dos personas extraordinarias como el Padre Serra y Madre Antonia, sino también el amparo y la guía de la Virgen.
Precisamente fue ante Nuestra Señora del Buen Consejo donde Madre Antonia, después de madurar esta empresa y enfrentarse a sí misma, a sus miedos y prejuicios, decidió abrazar la misión que se le estaba siendo encomendada y que más tarde daría lugar a las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor.
Por este motivo, desde ese momento las Hermanas Oblatas nos encomendamos a la guía y cuidado de Nuestra Señora del Buen Consejo, para que al igual que a Madre Antonia, nos haga encontrar siempre el camino en nuestra misión y ser Oblata.