Edilma Camacho, osr, desempeña su labor desde hace dos años en el Centro Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Bucaramanga, Colombia). Un lugar que, además de ser un punto de acogida y cercanía para las mujeres en contextos de prostitución, es toda una experiencia de lo que significa ser Familia Oblata, ya que aúna el trabajo de las hermanas con el de un grupo de pastoral formado por laicos colaboradores y estudiantes de distintas universidades.
«Hacemos trabajo de campo, que es el recorrido por los distintos lugares de prostitución (suelen ser parques, bares y algunos sitios reservados). Buscamos el permiso con los dueños de los bares para poder entrar, y ahí establecemos el primer contacto con las mujeres», explica. Allí les entregan una tarjeta para que, si lo desean, acudan al centro. Una decisión que depende únicamente de las mujeres.
«Una vez tomada la decisión, ellas llegan a la casa, donde se les hace un proceso en el que lo esencial es que sientan el calor de hogar, pero sobre todo de escucha sobre lo que están experimentando en el momento y lo que ellas desean para sí mismas».
Después, con apoyo de la psicóloga del centro, se hace una orientación hacia lo que las mujeres desean, a través de los talleres de formación y capacitación. Pero el proyecto hace, sobre todo, mucho énfasis en la parte humana y todo lo que tiene que ver con la autoestima, sus derechos. «También se trabaja mucho la parte espiritual», apunta Edilma. Y es que Colombia no solo cuenta con su propia historia de conflicto armado, sino que también por su cercanía a Venezuela, está viviendo el fenómeno de la migración de forma directa.
«Todo ello está generando en la población, sobre todo en las mujeres y los niños, cuadros depresivos y pérdida del sentido de la vida», señala. Por ello, conociendo esta realidad, se hace todo un trabajo de fortalecimiento psicológico y espiritual con ellas.
Bucaramanga está ubicada en una zona a la que llegan muchas mujeres. Se ubican en los parques y ahí es donde muchas son captadas por redes, que ven la oportunidad. «Ellas, ante la angustia de no saber qué va a ocurrir, y a veces con niños en situaciones de desnutrición, aceptan lo que se les propone», apunta. «Una nueva modalidad que se está presentando es que los mismos dueños de los negocios las acomodan y las envían a Venezuela como motivación de que en Colombia se está viviendo bien y que se encontrará trabajo. Y claro, cuando llegan ya están captadas por las redes». Es una situación muy delicada, además, porque entre las mujeres a las que se capta hay, como revela Edilma, cada vez más jóvenes y niñas.
«También hacemos vinculaciones a otras entidades del gobierno, como academias de formación y capacitación para que complementen lo que ellas han recibido en el proyecto», subraya Edilma. Por otra parte, se apoya y motiva a las mujeres que han pasado por el proceso para que convoquen a otras mujeres, y esto funciona muy bien porque dan voz a la experiencia.
Por otra parte, la labor conjunta con otras entidades tanto eclesiales como civiles es fundamental, sobre todo a la hora de ayudar a las mujeres en cuestiones de papeles, nacionalidad o trámites relacionados con la salud. «Tratamos de hacer encuentros formativos en otros espacios, buscando que ellas se sientan vinculadas a otros sitios de la ciudad que no tengan que ver con los bares», afirma Edilma, como pueden ser universidades o centros de retiro.
«Para la Familia Oblata la acogida es fundamental, porque de ahí parte el proceso por el que ellas se sienten mujeres dignas, que no las señalan, que no las juzgan», añade Edilma, ya que esto es, precisamente, uno de los puntos fundamentales de entender su vocación y el carisma oblata. «Las que pasan por nuestro centro se sintieron felices, porque no cargaron más con esa tristeza ni con la falta de sentido en la que habían entrado sus vidas», subraya Edilma.