Vivimos una situación mundial sin precedentes en nuestras memorias… Una pandemia que ha removido a todo el planeta y en todas sus dimensiones, siendo los elementos de la salud, la economía y las costumbres de la vida cotidiana, los más visiblemente afectados.
Como familia oblata no somos ajenas a todo lo que sucede. Compartimos la incertidumbre, incluso el miedo, frente a una enfermedad que se expande de manera voraz.
Compartimos la preocupación y los gestos solidarios ante quien vive más en directo sus efectos, tanto por la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas en un régimen de confinamiento, como por la escasez de recursos sanitarios para acompañar la enfermedad.
Compartimos, cada vez más, el desgarro de la separación y la distancia en los ingresos hospitalarios y desgraciadamente también en las muertes, que se hacen más cercanas, sin ni tan siquiera poder ofrecer una despedida.
Son momentos duros que ponen a prueba e interpelan nuestra fe. Nos ha sobrevenido un tiempo de confinamiento en nuestras casas y comunidades, coincidiendo en pleno tiempo cuaresmal. Con los días, semanas, que llevamos así, ya hemos podido descubrir que hay muchos modos de vivir esta cuarentena.
El quedarnos en casa es para protegernos y proteger a los demás, pero solo el quedarnos en casa no suscita vida auténtica, vida en plenitud desde Dios. Se nos regala la oportunidad de vivir la cuarentena como cuaresma.
Tiempo y espacio para hacer del recorrido vital, con sus límites, sufrimientos y dolor, un camino de vida. Tiempo e invitación para que, en medio del bombardeo de datos e información, cederle la palabra a Dios, al Señor de la Vida y la Resurrección.
Vivamos este momento como un paso más en el camino hacia la Pascua. María, Madre del Perpetuo Socorro, acompaña y cuida a la humanidad entera.
Equipo General