María Dolores Ibáñez es ejemplo de una vida entera dedicada a su vocación como Oblata del Santísimo Redentor, pero también a las mujeres que necesitaban ayuda para salir de contextos de prostitución y exclusión social. Pero es, sobre todo, historia viva de cómo los cambios en la Iglesia de las últimas décadas, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, siguen dando sus frutos.
En Brasil a la luz del Concilio
Partió a Brasil en 1960, con apenas 20 años recién cumplidos y justo al acabar su noviciado. “El ir a donde se nos asigna es parte de la vida que abrazamos, pero yo fui con mucha ilusión, seguramente porque la persona que teníamos como maestra de novicias también venía de allí y nos hablaba mucho de Brasil. Lo llevaba dentro y me contagió a mí esa ilusión”, explica María Dolores.
Cuatro de las 18 nuevas oblatas que se habían formado con ella fueron a Brasil, cada una a una comunidad distinta. “¡Qué diferencia hay!”, exclama al comparar la cantidad de vocaciones que había en aquel tiempo con las que surgen ahora. Su primera comunidad fue la de Belo Horizonte, donde inició su vida religiosa ya que previamente había vivido sus años de preparación. “Fue una época muy rica ya que le siguieron los años del Vaticano II, por lo que creo que mi ser, y mi ser Oblata, se los debo a Brasil y a su Iglesia”, dice María Dolores. Y es que pasó allí 23 años seguidos.
“Cuando llegué a Brasil el trabajo era más hacia dentro. Teníamos adolescentes que venían de hogares muy deshechos y algunas hijas de mujeres prostituidas”, expone. Después empezamos a abrirnos poco a poco. Fue un periodo de mucho cambio, pero a mejor. A raíz del Vaticano II yo pensaba que aquello era lo que yo anhelaba, lo que necesitaba en mi vida”, explica María Dolores. “Los cambios empezaron a darse. Hicimos un colegio en el terreno de casa con el fin de que las chicas pudieran estudiar y prepararse para la vida y después las integrábamos también en otros colegios”, dice. Y ese cambio progresivo fue lo que les llevó a pensar que “había que romper”. “Empezamos a abrirnos a otros lugares, no solo en las ciudades, donde la carencia económica era peor y donde realmente pudiéramos llegar hasta las mujeres en su medio”, indica. Así, llegaron a Juazeiro de Bahia, al nordeste, donde abrieron una comunidad para mujeres que se encontrasen en situación de prostitución con un centro donde las atendían durante el día. “Brasil fue uno de los primeros lugares que se abrió a las mujeres en su medio”, concluye.
Regreso a España
“Después hubo capítulo general y me nombraron consejera, por lo que tuve que venir a Madrid”, apunta. Al servicio del Gobierno General pasó 12 años, después de los cuales decidió quedarse en España. “Mi madre era muy mayor y pensé que no podía irme y dejarla sola, que debía estar más cerca. Tuve mucha suerte porque pude tenerla conmigo en la comunidad, en Murcia, y sobre todo porque tuve la alegría de poder disfrutar de ella como no lo había podido hacer antes, ya que salí de casa a los 14 años y entré en el noviciado a los 17”, explica. Hoy, María Dolores se encuentra en la comunidad oblata de Rodríguez Lázaro – Madrid.